La adoración que agrada a Dios
"Le dijo la mujer: Nuestros padres adoraron en este
monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar.
Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en
Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros
adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora
viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en
espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le
adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es
necesario que adoren." (Juan 4:20-24)
Introducción
Durante su conversación con la
samaritana, el Señor abordó el tema de la adoración con una amplitud y
profundidad completamente nuevas. De esta manera contestó a las inquietudes de
la mujer, dejándonos también a nosotros una información muy valiosa que necesitamos
para poder ofrecer a Dios una adoración que sea de su agrado. Porque no debemos
olvidar que adorar a Dios es un asunto muy serio que no podemos tomar a la
ligera. Y el pasaje que vamos a estudiar nos advierte de la posibilidad de
creer que estamos adorando a Dios, cuando en realidad lo que hacemos puede ser
otra cosa muy distinta. Por ejemplo, el Señor descalificó la adoración de los
samaritanos cuando le dijo a la mujer: "vosotros adoráis lo que no
sabéis". Por lo tanto, es importante que aprendamos por su Palabra cómo
debemos hacerlo para no cometer errores similares.
A continuación, haremos algunas
aclaraciones sobre lo que es la adoración, cuáles son sus características a la
luz de la Biblia, y consideraremos también la enseñanza que Jesús dio sobre el
tema a la mujer samaritana.
1. ¿Qué es la adoración?
Adorar a Dios es la actividad más
noble, elevada e importante que el ser humano puede realizar. Fuimos creados
para eso, y cuando el hombre pecó rompiendo así su relación con Dios, él envió
a su propio Hijo con el fin de redimirnos para que pudiéramos ser nuevamente
verdaderos adoradores. Esto es lo que Jesús quería dar a entender a la mujer
cuando le dijo: "el Padre tales adoradores busca que le adoren". Tan
importante es el tema, que la adoración será nuestra actividad principal
durante toda la eternidad. Lo podemos comprobar con frecuencia en el libro de
Apocalipsis, donde todos los seres celestiales adoran a Dios sin cesar.
"Y los
cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas, y alrededor y por dentro
estaban llenos de ojos; y no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo
es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir. Y
siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al
que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, los
veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y
adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante
del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el
poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron
creadas." (Apocalipsis 4:8-11)
Ahora bien, cuando nos preguntamos
qué es la adoración, encontramos que, como es habitual en la Biblia, ésta no
nos ofrece ninguna definición, sino que su forma de enseñarnos es mostrándonos
numerosos ejemplos de personas que adoraban a Dios con el fin de que a través
de ellos podamos aprender cómo debemos hacerlo nosotros.
Así pues, lo primero que observamos
en las Escrituras es que un adorador es alguien que tiene una relación personal
con Dios al que ama intensamente. Notemos por ejemplo cómo el rey David
comenzaba el Salmo 18 expresando su amor a Dios: "Te amo, oh Jehová",
para inmediatamente después invocarle porque reconocía que "es digno de
ser alabado" (Salmos 18:1-3). Como no puede ser de otra manera, es
nuestro amor a Dios lo que nos lleva a adorarle. Aunque, por supuesto, este
amor es una pobre respuesta al gran amor que hemos recibido de él (1 Juan
4:10). Por lo tanto, si la adoración no surge como una respuesta genuina de
nuestro amor a Dios, todo lo que hagamos no pasará de ser simples ritos
religiosos fríos y secos, carentes de significado, y que de ninguna manera
agradarán a Dios.
Ahora bien, todos sabemos que el
verdadero amor a Dios implica entrega absoluta. El Señor nos enseñó que para
amarle hay que hacerlo con todo el corazón, con toda el alma y con toda la
mente (Mateo 22:37). Así pues, la adoración genuina implica la entrega
de todo lo que somos como una ofrenda de amor. Podemos encontrar una buena
ilustración de esto en el sacrificio de los holocaustos que se realizaban en el
Antiguo Testamento. La particularidad que tenía este tipo de ofrenda era que el
animal se ofrecía completamente al Señor en olor grato, a diferencia de los
otros sacrificios en los que se reservaban diferentes partes para los
sacerdotes o el oferente (Levítico 3:1-9). Así que, podríamos decir que
la adoración es una "ofrenda del todo quemada", donde el adorador no
se queda nada para sí mismo, sino que se entrega sin reservas a Dios,
consagrándole su vida entera a él. Parece que el apóstol Pablo tenía este tipo
de sacrificio en mente cuando exhortaba a los cristianos en Roma:
"Así que,
hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros
cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto
racional." (Romanos
12:1)
Y si meditamos un poco más en esto,
rápidamente nos daremos cuenta de que la expresión plena de este tipo de
devoción la encontramos en Cristo cuando entregó su vida al Padre en la Cruz:
"Cristo
nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en
olor fragante." (Efesios
5:2)
Por lo tanto, adorar a Dios implica
también sumisión y obediencia. No podemos adorarle sin haber rendido
previamente nuestra voluntad ante él para servirle en todo cuanto nos manda. Ya
hemos visto un buen ejemplo de esto en el pasaje de Apocalipsis antes citado,
en el que en una escena celestial "los ancianos se postran delante del que
está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y
echan sus coronas delante del trono" (Apocalipsis 4:10). El hecho
de colocar sus coronas a los pies del Señor es una forma de expresar su
sumisión, reconocimiento y entrega absoluta.
La conclusión de todo esto es que no
podemos reducir nuestra adoración a unas bonitas expresiones de nuestros
labios, porque antes de que Dios escuche lo que decimos, primeramente, mira
nuestros corazones. Esta fue la razón por la que tanto Jesús como los profetas
del Antiguo Testamento tuvieron que reprender reiteradamente al pueblo de
Israel:
"Respondiendo
él, les dijo: Hipócritas bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito:
Este pueblo de labios me honra, más su corazón está lejos de mí." (Marcos 7:6)
Su problema consistía en que cuando
ofrecían su adoración a Dios, lo que decían sus labios no se correspondía con
la actitud interior de sus corazones. No había obediencia a su Palabra, lo que
era una triste evidencia de su falta de amor por él (Juan 14:15).
Ahora bien, una vez que hemos
señalado que la adoración surge de un corazón que ama y se entrega
completamente a la voluntad de Dios, hay que decir también que le adoramos
cuando nos dirigimos a él para expresarle la admiración que le profesamos. Esto
lo podemos hacer principalmente por medio de la oración y también del canto.
"Así que,
ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir,
fruto de labios que confiesen su nombre." (Hebreos 13:15)
Por supuesto, esta admiración surge y
crece en nosotros al considerar por medio de su Palabra cómo es él; su
naturaleza, sus atributos, su carácter y también sus obras. Es entonces cuando
nos rendimos a él mientras nos deleitamos en contemplar de forma reverente su
gloria.
También es importante aclarar que la
adoración va más allá de nuestras acciones de gracias por sus bendiciones
recibidas. Debemos notar la diferencia entre adoración y acción de gracias.
Porque mientras que en la acción de gracias el foco de nuestra atención está en
las cosas que hemos recibido de Dios, en la adoración la atención se centra en
lo que Dios mismo es.
Podemos pensar en una sencilla
ilustración que nos puede ayudar a entenderlo mejor: Imaginemos unos novios que
han quedado para verse. En un momento el chico saca un precioso anillo que le
regala a su novia. Inmediatamente la muchacha mira el regalo fascinada mientras
se lo pone en el dedo y le da las gracias a su novio. Pero según va pasando el
tiempo, el anillo pasa a un segundo plano y toda la atención de la chica vuelve
a estar puesta nuevamente en su amado, en quien no ve más que virtudes.
Y de la misma manera, nosotros
también estamos maravillados de la gracia de Dios sobre nosotros y de sus
muchas bendiciones, pero más importante que cualquiera de ellas, es Dios mismo,
a quien admiramos y adoramos por quién es él. En este sentido el apóstol Pedro
hizo un breve resumen de nuestra nueva posición en Cristo, pero no se detuvo
ahí, sino que expresó que todo esto que hemos recibido por gracia nos debe
llevar a "anunciar sus virtudes" en un espíritu de auténtica
adoración.
"Mas
vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido
por Dios para que anunciaseis las virtudes de aquel que os llamo de las
tinieblas a su luz admirable." (1 Pedro 2:9)
Tenemos que tener mucho cuidado con
esto, porque con facilidad nos detenemos pensando en lo que ahora somos en
Cristo y en cuántas bendiciones hemos recibido de él, y no llegamos a adorarle
por lo que Dios mismo es. Si queremos ser verdaderos adoradores tenemos que
dejar de pensar en nosotros mismos para concentrar toda nuestra atención en
quién es Dios.
2. El papel de la música en la
adoración
Ya hemos dicho que en la Biblia
encontramos dos maneras principales de adorar a Dios: por medio de la oración y
también con el canto. En el libro de los Salmos, que podríamos decir que servía
de "himnario" para los creyentes del Antiguo Testamento, encontramos
la letra de muchos cánticos de adoración. Por cierto, este es el libro más
largo de la Biblia, lo que nos da una idea de la importancia que Dios da a la
música.
Sin embargo, habiendo dicho esto, hay
que decir también que es un error limitar la adoración exclusivamente al canto,
porque también encontramos otras muchas ocasiones a lo largo de la revelación
bíblica en las que diferentes personas adoraron a Dios por medio de sus
oraciones.
Y por otro lado, no todas las
canciones que cantamos son de adoración y alabanza a Dios. Y aunque en muchos
círculos se asocia "la alabanza" con el periodo dedicado a la música,
esto no es exacto. Hay himnos en los que el tema es la confesión, o la petición
de protección, o la acción de gracias por algún don recibido... pero no la
adoración. Así que, si buscamos adorar a Dios con nuestra música, será
necesario elegir bien las canciones, prestando especial atención a su letra.
Además, la música, como todas las
cosas buenas que Dios ha creado, se pueden usar de una forma inapropiada. Y no
cabe duda de que el uso de la música en la adoración a Dios conlleva varios
peligros de los que ninguno estamos libres. Reflexionemos sobre algunos de
ellos:
En primer lugar, en algunas culturas es muy fácil dejarse llevar por el ritmo de la música sin pensar en nada de lo que dice su letra. En otros casos podemos tararear canciones cristianas "pegadizas" sin reflexionar en ningún momento en su contenido. Otras veces la música tiene ritmos tan "fuertes", que es casi imposible entender su letra. En todos estos casos, no es posible tener una experiencia de intimidad con el Señor que nos lleve a una auténtica adoración. Debemos recordar la exhortación del salmista: "Cantad con inteligencia" (Salmos 47:7). Porque cantar o escuchar música cristiana sin prestar atención a lo que se dice, no es algo que debamos identificar con la adoración.
En segundo lugar, y es muy triste decirlo, parece que muchas veces los cristianos se fijan más en los cantantes que en Dios mismo. Parecen sentir por ellos una fascinación similar a la que los del mundo tienen por sus ídolos musicales. Pero el tiempo de adoración no es para exhibirnos a nosotros mismos, o los dones que Dios nos ha dado, sino para dirigir nuestras miradas hacia Dios. Siempre existe la tentación de convertir esos dones y talentos en el centro de la adoración, usurpando así el lugar que legítimamente sólo le corresponde al Señor. Los cantantes cristianos tienen una gran responsabilidad en este punto.
En tercer lugar, algunos cantantes cristianos, conocidos actualmente como "los grandes adoradores", son responsables del tremendo empobrecimiento de mucha de la adoración que hoy se ofrece a Dios por medio de la música. Sólo hay que ver la pobreza de sus letras, que en muchos casos sólo consiste en unas sencillas frases que se repiten indefinidamente. Esta escasez de términos y conceptos en la adoración no tiene nada que ver con la riqueza que brota de las Sagradas Escrituras.
En cuarto lugar, también existe el peligro de pensar que Dios está más presente en nuestra adoración cuando contamos con buenos medios técnicos, bien sea de sonido, iluminación, coros, cantantes famosos... Pero eso no es cierto. De hecho, esto nos puede llevar fácilmente a la arrogancia. El profeta Isaías nos ha dejado un hermoso versículo que conviene recordar en relación a esto: "Así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados" (Isaías 57:15). A Dios no le impresiona nuestra super organización, porque él es el Alto y Sublime, el que habita la eternidad. Y su presencia en nuestras vidas sólo está garantizada por un corazón quebrantado y humilde ante él.
En
quinto lugar, en muchas ocasiones se han sustituido los himnos congregacionales
que todos los creyentes podían cantar juntos, por otro tipo de canciones que
sólo pueden ser cantadas por un intérprete sobre un escenario. Esto priva a la
iglesia de identificarse adecuadamente con la adoración, dejándola en manos de
los "profesionales", mientras que el resto de la congregación sólo
puede dar palmas y aguantar de pie por largos periodos de tiempo sin poder
hacer otra cosa.
En sexto lugar, a nadie se le escapa
el hecho de que en el día de hoy la música cristiana se ha convertido para
algunos cantantes en un importante negocio que no sólo les reporta grandes
beneficios económicos, sino también fama y popularidad similares a las de los
cantantes del mundo. Y con el fin de ampliar su mercado, no dudan en imitar los
ritmos mundanos o de alternar canciones dedicadas al Señor con otras de
carácter totalmente profano.
Ahora bien, habiendo considerado
algunos de los peligros que puede haber cuando se utiliza la música en la
adoración, debemos volver a enfatizar que su uso correcto no debe ser nunca
despreciado. Por el contrario, aunque no necesitamos la música para adorar a
Dios, sin embargo, la Biblia nos enseña que es un aspecto importante de nuestra
relación con él. Como ya hemos dicho, todo el libro de los Salmos es un buen
ejemplo de esto. Y en nuestro tiempo es muy importante que el Señor siga
levantando a hermanos con dones que sean capaces de crear nuevas composiciones
musicales que nos ayuden en nuestra alabanza a Dios por medio del canto.
3. Dios y la obra de la Cruz deben
estar en el centro de nuestra adoración
Aunque esto es obvio, siempre debemos
recordar que sólo podemos dirigir nuestra adoración a Dios. Es importante que
tengamos cuidado con esto. No olvidemos que Dios es celoso y no comporte la adoración
de su pueblo con nadie más.
"Yo Jehová; este es mi nombre; y
a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas." (Isaías 42:8)
"Porque no te has de inclinar a
ningún otro dios, pues Jehová, cuyo nombre es Celoso, Dios celoso es." (Éxodo 34:14)
Dios tiene que ser el centro de
nuestra adoración, y todo lo demás debe quedar en un plano secundario. Es más,
en último término, no necesitamos ninguna otra cosa para adorar a Dios.
Ahora bien, ¿por qué decimos esto que
parece tan evidente? Bueno, porque siempre que queremos hacer algo para el
Señor, el camino está lleno de tentaciones. Por ejemplo, como ya hemos
señalado, es relativamente fácil que el líder de alabanza se convierta en el
centro de la adoración, o que nuestra adoración esté enfocada más en el hombre
que en Dios, gloriándonos de nuestra nueva posición ante Dios en lugar de mirar
a Cristo y su obra en la cruz por medio de la cual hemos recibido todo lo que
somos y tenemos.
En este punto es importante decir
también que la cruz de Cristo debería tener un lugar central no sólo en nuestra
vida y servicio, sino también en nuestra adoración. Sin la obra de la cruz,
nosotros todavía estaríamos bajo la ira de Dios, expuestos al juicio y a la
condenación. Es por la cruz que hemos encontrado la reconciliación con Dios y
es allí donde podemos apreciar de forma totalmente nítida cómo es Dios. El
apóstol Pablo expresó con claridad el lugar central que la cruz ocupaba en su
ministerio y adoración:
"Pero
lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Gálatas 6:14)
Así pues, la adoración debe estar
centrada en Dios y en la obra suprema de Cristo en la cruz. Sin embargo,
debemos decir aquí que lamentamos cómo la cruz ha ido desapareciendo de muchas
de las canciones de adoración cristiana. Se habla mucho del triunfo de Cristo,
de su exaltación en gloria, de su majestad... y aunque todo es completamente
cierto y lo suscribimos sin reservas, nunca deberíamos olvidar que Jesús fue "coronado
de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte" (Hebreos
2:9). Los profetas del Antiguo Testamento anunciaron "los sufrimientos
de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos" (1 Pedro 1:11). Y
las huestes celestiales adoran al Cordero que fue inmolado (Apocalipsis 5:12).
Toda adoración que no tome en cuenta la obra de la cruz siempre será pobre e
incompleta.
Por otro lado, tampoco debemos
olvidar que es imposible honrar al Padre sin honrar al Hijo.
"Para que
todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al
Padre que le envió." (Juan 5:23)
Nunca está de más hacer énfasis en esta gran verdad, máxime cuando hay grupos llamados cristianos que niegan la naturaleza divina del Hijo y que por lo tanto no le adoran como Dios. Pero como vemos, la Palabra nos enseña lo contrario: "que todos honren al Hijo como honran al Padre". Encontramos numerosos ejemplos de esto en personas que durante el ministerio terrenal de Jesús le adoraron, lo que era especialmente significativo si tenemos en cuenta que la mayoría de ellos eran judíos monoteístas que de ninguna manera habrían hecho algo parecido con nadie que no fuera Dios. Veamos algunos ejemplos:
· - Los magos venidos de oriente adoraron
a Jesús cuando lo encontraron en Belén. (Mateo 2:11)
· - Los discípulos le adoraron cuando
subió a la barca después de haber calmado la tempestad. (Mateo 14:33)
· - Las mujeres que habían ido a la tumba
le adoraron después de su resurrección. (Mateo 28:8)
· - También los once discípulos le
adoraron cuando le vieron resucitado. (Mateo 28:17)
· - Un ciego sanado por el Señor también
le adoró. (Juan 9:38)
Y por último, quizá debemos añadir
una reflexión acerca de la adoración que la Iglesia Católica ofrece a la virgen
María. En cuanto a esto, ya hemos dicho que Dios es celoso y no comparte su
gloria con nadie más. Quien se atreva a hacerlo tendrá que darle cuentas por
ello. Además, no encontramos ni un solo ejemplo en la Biblia en la que los
cristianos dieran culto a María, ni que tampoco le atribuyeran ninguno de los
títulos con los que el catolicismo pretende honrarle, dándole a veces más
importancia a ella que al mismo Hijo de Dios.
4. La adoración no es una actividad
opcional
Debemos decir también que este reconocimiento de la dignidad absoluta de Dios que hacemos por medio de la adoración no es una actividad optativa. Dios está buscando que su pueblo sea un pueblo de adoradores, que anuncian las virtudes de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9). Tan importante es el tema, que aparece una y otra vez a lo largo de toda la Biblia.
Todo
comenzó en el huerto del Edén cuando el hombre decidió que iba a dejar de
adorar a Dios.
Posteriormente
Dios llamó a Abraham de Ur de los caldeos para formar a partir de él un pueblo
que dejando los dioses paganos que había en su entorno, adoraran al único Dios
verdadero. De esta manera, tanto Abraham, como su hijo Isaac o Jacob, se
caracterizaron por ser hombres de tienda y altar, es decir, peregrinos y
adoradores.
En
el libro de Éxodo vemos que Dios envió a Moisés para liberar a Israel de la
esclavitud de Egipto y que de esta manera pudieran adorarle. En este sentido es
interesante notar la lucha que Faraón sostuvo con Moisés con el propósito de
impedir que el pueblo fuera adorar a Dios. Primero se negó a ello con total
rotundidad, pero después de que las diversas plagas fueron haciendo mella en
él, fue cediendo, pero siempre poniendo condiciones: en principio obligándoles
a ofrecer sus sacrificios a Dios dentro de la tierra de Egipto (Éxodo 8:25-27),
luego dejando que sólo fueran los varones del pueblo (Éxodo 10:8-11), más tarde
impidiéndoles que llevaran animales para el sacrificio (Éxodo 10:24-26), hasta
que finalmente, como no podía ser de otra manera, Dios ganó el pulso a Faraón y
éste les dejó salir sin condiciones para que adoraran a su Dios fuera de Egipto
con todo lo que eran y tenían.
En
su viaje por el desierto Dios les dio la Ley junto con diversas instrucciones
acerca de cómo debían adorarle. Además, les mandó construir un tabernáculo
donde Dios manifestaba su gloria en medio de su pueblo.
Más
adelante, vemos a lo largo de todos los libros históricos y proféticos del
Antiguo Testamento el énfasis y la importancia que la adoración tenía en la
vida del pueblo de Israel. En relación a esto, el rey David jugó un papel muy
importante, porque tuvo en su corazón edificar una casa permanente a Dios donde
su pueblo pudiera adorarle. Y aunque él no pudo materializar el proyecto, dejó
todo preparado para que su hijo Salomón lo llevara a cabo. Este ejemplo fue
seguido también por algunos de los reyes que les sucedieron en el trono, pero
en contraste con esto, debemos subrayar el pecado de Jeroboam, el rey que hizo
pecar a Israel al levantar dos lugares de adoración idolátrica, lo que sirvió
para que el pueblo abandonara el culto a Jehová. Muchos fueron los profetas que
denunciaron su pecado y que hicieron un llamamiento a la nación para que se
volvieran a la adoración al único Dios verdadero. Desgraciadamente no tuvieron
éxito, y por su insistencia en seguir a los dioses paganos, la nación fue
llevada en cautiverio; Israel a Asiria y Judá a Babilonia.
El
Señor Jesucristo continuó en la misma línea que los profetas del Antiguo
Testamento, denunciando en el mismo templo la falsa adoración que Dios estaba
recibiendo. Él llegó a decir que los religiosos de su tiempo habían convertido
la casa de Dios en una cueva de ladrones (Mateo 21:13), lo que le acarreó el
odio homicida de los líderes religiosos de Israel.
Los apóstoles que predicaron el evangelio en medio de culturas paganas, tuvieron como objetivo reconciliar a los hombres con el único Dios verdadero, a fin de que se volvieran adoradores suyos. Pablo exhortaba a los idólatras de Listra de esta manera: "Os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo cielo y la tierra, y todo lo que en ellos hay" (hechos 14:15). Y en otro lugar, el mismo apóstol denunció a los paganos en Roma porque "habiendo conocido a Dios no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias", sino que "cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador" (Romanos 1:21-25).
Y
esta actitud del hombre siempre atrae sobre él la ira de Dios.
En el libro de Apocalipsis vemos que
la actividad constante en el cielo es la adoración. De hecho, este libro nos
enseña que el acto que determina nuestro destino final es la adoración:
¿Adoraremos a Dios o a la bestia y a su imagen? Todos adoramos algo, aunque no
nos demos cuenta de ello. Si no adoramos a Dios, adoraremos a algo o alguien
más. Y en Apocalipsis vemos que el final de nuestra historia se decide por la
cuestión de a quién adoramos.
Queda claro a lo largo de toda la
revelación bíblica, que el propósito por el que hemos sido creados y redimidos
es para que seamos adoradores de Dios. Y como decíamos, esta no es una
actividad opcional, sino que como hacía el rey David, debemos exhortarnos
continuamente a nosotros mismos para adorarle:
"Bendice,
alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a
Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios." (Salmos 103:1-2)
5. Adoración pública y privada
Muchos cristianos asumen que
determinadas reuniones de la iglesia guardan una relación especial con la
adoración, y sin duda, esto es totalmente correcto. Pero cabe la posibilidad de
caer en la equivocación de pensar que sólo en esas reuniones podemos adorar a
Dios. Pensar así sería un grave error, porque Dios espera que en cada momento
de nuestras vidas le adoremos. Por eso, junto con nuestro tiempo de oración
diario debemos dedicar tiempo también a la adoración.
En realidad, los cultos que dedicamos
en la iglesia para alabar a Dios son un reflejo de lo que diariamente hacemos
en la intimidad con el Señor. Si no pasamos tiempo cada día adorando a Dios,
nuestros cultos serán fríos. Y no se puede hacer responsable de esto
exclusivamente al pastor o al líder de alabanza. Cada creyente debe ir
preparado para adorar a Dios. Recordemos la ordenanza en el Antiguo Testamento
que prohibía que ningún israelita se presentase delante del Señor con las manos
vacías (Éxodo 23:15) (Éxodo 34:20). El tipo de ofrendas podían variar; había
becerros, ovejas, cabras o incluso palominos. Una persona podía traer desde un
animal tan grande como un becerro, hasta uno tan pequeño como un palomino, pero
de ninguna manera podía ir con las manos vacías. Y ahora en nuestro tiempo, no
podemos llegar a la iglesia para ver que han preparado los líderes, descargando
sobre ellos toda nuestra responsabilidad de adorar a Dios. Cada uno de nosotros
debemos implicarnos en ello, y para esto es imprescindible llegar preparados
desde nuestros hogares, habiendo pasado tiempo cada día de la semana en la
presencia del Señor.
6. Adoración y servicio
A veces la adoración puede parecer
algo muy teórico y abstracto, pero de ninguna manera podemos entenderlo así. El
Señor Jesús nos enseñó que adoración y servicio tienen que ir íntimamente ligadas.
"Entonces
Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y
a él solo servirás." (Mateo 4:10)
La adoración que no involucra nuestro
servicio a Dios no es verdadera. Hacerlo bien implica la entrega a Dios de
nuestras energías, tiempo, trabajo, lealtad, amor, todo cuanto somos y tenemos.
Y también implica el servicio a
nuestros semejantes.
"Y de
hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se
agrada Dios." (Hebreos
13:16)
"Pero
todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de
Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a
Dios." (Filipenses
4:18)
Estos dos pasajes emplean los
sacrificios del Antiguo Testamento para ilustrar que la ayuda mutua entre los
creyentes debe formar parte de la adoración que Dios desea recibir. Por lo
tanto, la adoración es algo muy práctico.
7. A Dios no le agrada cualquier tipo
de "adoración"
Los profetas de la antigüedad
advirtieron al pueblo de Israel que mucha de la adoración que ofrecían a Dios,
él la aborrecía. Veamos los fuertes términos en los que Dios expresó esto:
"¿Quién
demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de mí para
hollar mis atrios? No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es
abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo
sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes. Vuestras lunas nuevas y
vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas;
cansado estoy de soportarlas." (Isaías 1:12-14)
"Aborrecí,
abominé vuestras solemnidades, y no me complaceré en vuestras asambleas. Y si
me ofreciereis vuestros holocaustos y vuestras ofrendas, no los recibiré, ni
miraré a las ofrendas de paz de vuestros animales engordados. Quita de mí la
multitud de tus cantares, pues no escucharé las salmodias de tus instrumentos.
Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo." (Amós 5:21-24)
La idea de que "todo vale"
en la adoración no sólo es falsa, sino que además es sumamente peligrosa.
8. Adorar incorrectamente puede ser
peligroso
Debemos tener presente que el
verdadero adorador siempre se acerca a Dios consciente de su propia indignidad.
Recordemos las palabras del profeta Isaías cuando vio al Señor en su trono alto
y sublime:
"¡Ay de
mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en
medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de
los ejércitos." (Isaías 6:5)
O las de Job:
"De oídas
te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me
arrepiento en polvo y ceniza." (Job 42:5-6)
O las del apóstol Pedro:
"Viendo
esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor,
porque soy hombre pecador." (Lucas 5:8)
Nosotros también debemos recuperar
este santo temor y reverencia ante el Señor, no olvidando que Dios es fuego
consumidor (Hebreos 12:28-29). Tomemos buena nota del caso Nadab y Abiú, los
hijos del sumo sacerdote Aarón, los cuales ofrecieron fuego extraño que Dios no
les había pedido y fueron consumidos por él dentro del mismo tabernáculo
(Levítico 10:2).
9. Beneficios de la adoración
No adoramos a Dios para ser
bendecidos, pero indudablemente lo somos en la medida en que lo hacemos. No
cabe duda de que a través de la adoración encontramos gozo, bendición,
satisfacción y propósito para nuestras vidas.
Además, la adoración nos transforma y
nos prepara para la vida eterna. Porque ya sabemos que ésta será nuestra
ocupación primordial en el cielo, cuando nos unamos al coro de millones de
seres que ya le están adorando. Así que, la adoración nos acerca más a lo que
seremos eternamente.
Y también, en la medida que vamos
creciendo en nuestra adoración a Dios, nuestra visión de quién es él se irá
ampliando y ensanchando, llegando a conocerle mucho mejor y de forma más
personal.
"El Padre tales adoradores busca que le
adoren"
Después de estas consideraciones
preliminares sobre lo que es la adoración, comenzamos ahora a considerar lo que
el Señor Jesucristo le enseñó a la mujer samaritana acerca del tema. En primer lugar,
tenemos que detenernos en la sorprendente afirmación que el Señor hizo:
"El Padre tales adoradores busca que le adoren".
Es probable que muchas personas
piensen que Cristo llevó a cabo la obra de la cruz con el fin de librarnos de
la condenación eterna en el infierno, y sin duda este es uno de los beneficios
que recibimos todos aquellos que creemos en él, pero sin duda no es la meta
final de nuestra salvación. En nuestro pasaje el Señor le explicó a la mujer
samaritana que lo que Dios estaba buscando en último término eran auténticos
adoradores. Este era el objetivo final de su misión. Para entenderlo
correctamente tenemos que remontarnos al comienzo de la historia del hombre,
cuando haciendo uso de la libertad que Dios le había dado, decidió creer a la
serpiente que le incitaba a comer del árbol prohibido con la falsa promesa de
que serían como Dios (Génesis 3:5). Al hacerlo, el hombre y la mujer dejaron de
tener a Dios como el centro de sus vidas, usurpando ellos mismos esta posición.
En su nueva condición, dejaron de rendir su adoración a Dios, alejándose así de
la razón por la que habían sido creados. Esta actitud trajo graves
consecuencias para toda la raza, la más evidente fue la muerte, pero también
dejó al hombre sin una verdadera razón para vivir, algo que desde entonces
produce una constante sensación de vacío en el hombre. Ahora bien, la obra de
Cristo en la cruz tiene el propósito de restaurar la relación del hombre con
Dios, no sólo perdonando sus pecados, sino también volviendo a colocar a Dios
en el centro de su vida, creando una correcta relación donde el hombre
nuevamente vuelva a adorarle como el único Dios verdadero. Así pues, tenemos
que deducir que el propósito de la conversación que Jesús tuvo con la
samaritana tenía como finalidad llevarle a ser una verdadera adoradora de Dios.
Y por supuesto, esta debe ser también nuestra meta cuando predicamos el
evangelio a las personas inconversas.
Este es el propósito por el que el
hombre fue creado, y no puede haber nada más noble y que llene su vida de una
forma tan plena como adorar a Dios. Sin embargo, el pecado ha trastornado
gravemente nuestros sentidos, de tal manera que incluso después de convertirnos
seguimos experimentando dentro de nosotros mismos la tensión que nos produce
muchas veces el querer seguir siendo el centro de nuestras propias vidas. Esto
se refleja incluso hasta en la forma en la que oramos, donde manifestamos que
en la mayoría de las ocasiones nuestras preocupaciones y anhelos giran en torno
a nosotros mismos. Acudimos a Dios cargados con inmensas listas de peticiones
que en la mayoría de los casos tienen como fin librarnos de enfermedades,
angustias y problemas. Queremos recibir sus bendiciones y que nos prospere en
todo lo que hacemos. Y aunque todas estas cosas pueden ser legítimas, cuando el
Señor nos enseñaba a orar, puso en primer lugar la gloria de Dios. En (Mateo
6:9-15) podemos notar que antes de que el Señor dijera que debemos pedir
por el pan nuestro de cada día, o por el perdón de nuestros pecados, o el ser
librados de tentación, primero nos enseñó a buscar la gloria del Padre y el
cumplimiento de su voluntad:
"Vosotros,
pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu
nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la
tierra." (Mateo
6:9-10)
Con esto que decimos queremos mostrar
que la adoración no es algo que surge de forma natural del corazón humano, ni
siquiera del creyente. De hecho, mucho de lo que llamamos adoración no es más
que una expresión de lo contentos que estamos con la nueva condición que ahora
tenemos como creyentes. Pero nos cuesta mucho colocarnos a un lado para centrar
toda nuestra atención en Dios y en su gloria. Para hacerlo es imprescindible la
obra regeneradora y santificadora del Espíritu Santo en nuestras vidas, de otra
manera nunca llegaremos a ser los adoradores que el Padre espera que seamos.
De todo lo anterior se deduce que los
adoradores que Dios está buscando son aquellos que han entrado en una nueva
relación con él por medio de la fe en su Hijo. Estos son los adoradores que el
Padre está buscando. Porque mientras que no arreglemos nuestra relación con
Dios por medio de la conversión y seamos regenerados por su Espíritu Santo,
nuestro corazón seguirá estando en rebeldía, buscando una y otra vez el volver
a ser el centro de toda la atención. Y en esa condición es imposible adorar a
Dios.
"La hora viene cuando ni en este monte ni en
Jerusalén adoraréis al Padre"
La mujer había preguntado sobre la
adoración verdadera, y el Señor le estaba dando las claves para saber cuáles
eran sus características fundamentales. Ahora es interesante notar que, aunque
el lugar designado por Dios para que su pueblo le adorara era Jerusalén, sin embargo,
Jesús le anuncia un cambio que abriría los horizontes para una adoración
universal. Estaba llegando "la hora" para este cambio. Como veremos a
lo largo de todo el evangelio de Juan, "la hora" se refiere a la
culminación de la obra de Cristo en la cruz y su posterior glorificación. Y fue
el rechazo de los mismos judíos, quienes lo llevaron a la cruz, lo que abrió
las puertas para esta nueva adoración universal, sin diferencias entre judíos y
gentiles. Y uno de los aspectos más importante de esta nueva adoración es que
ya no sería en un lugar concreto. A partir de ese momento todos los lugares
sagrados han dejado de tener importancia. En este sentido es importante no
olvidar que fue en el mismo momento en el que Jesús entregaba su vida en la
cruz, que el velo del templo fue rasgado milagrosamente de arriba abajo (Marcos
15:38). De esta manera Dios estaba diciendo que se habían terminado las
limitaciones para entrar a la presencia de Dios, quedando el camino abierto
para que todas las personas pudieran entrar, y no sólo el sumo sacerdote judío
una vez al año (Hebreos 9:6-8).
A partir de ahí Dios no está ligado a
edificios, sino a su pueblo, que forma un templo santo en el Señor:
"Así que
ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y
miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles
y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien
todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el
Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios
en el Espíritu." (Efesios 2:19-22)
Dios no sustituyó el templo en
Jerusalén por otro templo o iglesia en otra parte del mundo. Ahora los
verdaderos adoradores no se reúnen en un punto geográfico concreto, o en un
edificio, sino en torno a una persona: el Señor Jesucristo.
"Porque
donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de
ellos." (Mateo 18:20)
La verdadera adoración es moral
Es significativo que antes de que
Jesús le describiera a la mujer samaritana la clase de adoradores que el Padre
buscaba, le mandó que llamara a su marido (Juan 4:16-18). Esto puso al
descubierto la vida inmoral que la mujer estaba viviendo. Y fue necesario
hacerlo así, porque antes que dé pudiera ofrecer un tipo de adoración que
agrada a Dios, su pecado debía ser expuesto, confesado y perdonado.
Con esto coincide el salmista.
"¿Quién
subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de
manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado
con engaño." (Salmos
24:3-4)
Vez tras vez los autores bíblicos
insisten en que la adoración sin moralidad es totalmente desagradable a Dios:
"El sacrificio
de los impíos es abominación a Jehová" (Proverbios 15:8)
"¿Se
complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a
las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y
el prestar atención que la grosura de los carneros" (1 Samuel 15:22)
"Aborrecí,
abominé vuestras solemnidades, ¿y no me complaceré en vuestras asambleas? Pero
corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo" (Amós 5:21,24)
"¿Para
qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy
de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de
bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién demanda esto de vuestras
manos, cuando venís a presentaros delante de mí para hollar mis atrios? No me
traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de
reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras
fiestas solemnes. Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene
aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas. Cuando
extendáis vuestras manos yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando
multipliquéis la oración, yo no oiré; llenas están de sangre vuestras manos.
Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis
ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio,
restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda." (Isaías 1:11-17)
Y esto mismo es lo que Jesús denunció
tantas veces en el comportamiento de los fariseos. Asistían a la sinagoga y al
templo, escudriñaban las Escrituras, ayunaban, oraban y daban diezmos. Su
vestimenta, su manera de hablar y de comportarse eran exageradamente religiosa.
Sin embargo, sus corazones estaban llenos de pecado, de codicia y de orgullo.
Jesús los describió como los que "devoran las casas de las viudas y por
pretexto hacen largas oraciones" (Marcos 12:40). Su corazón no se
correspondía con su religiosidad externa, por lo que el Señor los denunció con
mucha seriedad:
"¡Ay de
vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros
blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, más por dentro
están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia." (Mateo 23:27)
Todos nosotros debemos examinarnos
bien antes de adorar a Dios. Porque nuestra adoración no será agradable si por
ejemplo estamos haciendo negocios de una forma deshonesta, si estamos
manteniendo una relación inmoral o abrigando resentimiento y venganza contra
alguien que nos ha hecho daño.
Esto tiene que ver con la misma
naturaleza de Dios. Veamos lo que dijo el apóstol Juan:
"... Dios
es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con
él, y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad." (1 Juan 1:5-6)
"El que
dice: ¿Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la
verdad no está en él? El que dice que está en la luz y aborrece a su hermano,
está todavía en tinieblas." (1 Juan 2:4-9)
Dios contrasta nuestras profesiones
verbales con la realidad moral de lo que vivimos. Y para que la adoración sea
agradable a Dios debe haber una unión indisoluble entre ellas.
De hecho, cuando el pecado está
presente en nuestras vidas nos resulta imposible adorarle de forma genuina. El
rey David experimentó esto cuando pecó con Betsabé, la mujer de Urías heteo (2
Samuel 11). Y aunque él ocultó el pecado y actuó como si no hubiera pasado
nada, sin embargo, su comunión con el Señor se vio afectada inmediatamente y se
dio cuenta de que no podía adorar a Dios. El mismo David escribió un Salmo en
el que relata su angustia:
"Mientras
callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de
noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de
verano." (Salmos
32:3-4)
Pero todo cambió cuando David confesó
su pecado. A partir de ahí la comunión con Dios fue restaurada y nuevamente
brotaron la adoración y la alabanza.
"Mi
pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis
transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado... Alegraos en
Jehová y gozaos, justos; y cantad con júbilo todos vosotros los rectos de
corazón." (Salmos
32:5,11)
"Los verdaderos adoradores adorarán al Padre
en Espíritu"
Como hemos visto, el Señor le explicó
a la mujer que la adoración aceptable a Dios no dependía del lugar en el que se
ofrece, sino del estado del corazón del que lo rinde. Ahora vamos a ver también
que la verdadera adoración se basa sobre dos hechos primordiales: debe ser
"en espíritu y en verdad".
¿Qué significa esto de adorar a Dios
"en espíritu"?
En primer lugar, con estas palabras
Jesús nos estaba enseñando que la naturaleza de nuestra adoración debe estar de
acuerdo con la naturaleza del Dios a quien adoramos, y "Dios es
Espíritu". Esto quiere decir que no tiene partes corporales ni
limitaciones materiales. Esta es una de las razones por las que Dios prohibió
siempre en su palabra que los hombres hicieran ninguna representación de él. El
profeta Isaías lo expresó de la siguiente manera:
"¿A qué,
pues, haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis?" (Isaías 40:18)
Si leemos toda la porción de este
capítulo, nos daremos cuenta que Dios estaba indignado con su pueblo porque
hacían representaciones de él que intentaban embellecer de todas las formas
posibles. Pero esto, además de ser absurdo, era algo que Dios mismo había
prohibido en la ley:
"No te harás
imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la
tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las
honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de
los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me
aborrecen" (Éxodo
20:4-5)
Por lo tanto, en nuestra adoración a
Dios no debemos usar imágenes porque no se corresponden con su naturaleza
espiritual, ni tampoco le agradan.
En segundo lugar, la adoración
"en espíritu" tiene que ver con el nuevo nacimiento o la conversión,
que como recordaremos debía ser por el Espíritu (Juan 3:5-8). De esta manera
llegamos a ser "hijos de Dios" (Juan 1:12) y así adquirimos el
derecho de tratar a Dios como nuestro Padre. Este es un detalle importante.
Notemos que no dice que "Dios busca adoradores", sino que el
"Padre busca adoradores". Para la verdadera adoración tiene que haber
una relación íntima con Dios, debe ser nuestro Padre, y esto sólo es posible
por la conversión.
En tercer lugar, se trata de una
adoración en la que el espíritu tiene un papel primordial. Esto quiere decir
que lo más importante es que la adoración surja del corazón. Eso es lo que Dios
mira principalmente cuando escucha nuestras oraciones. No se fija tanto en el
lugar donde lo hacemos, ni tampoco en la postura corporal que adoptamos al
hacerlo. Los samaritanos discutían sobre el lugar correcto para adorar, y los
fariseos se gloriaban en sus ritos exteriores. En nuestros días algunos
cristianos parecen creer que la adoración está íntimamente ligada con el
movimiento de nuestro cuerpo y por eso elaboran elegantes coreografías. Otros
aplauden con las manos, se balancean y gritan constantemente sus aleluyas. En
contraste los hay que prefieren adorar de rodillas, sentados o de pie. Frente a
todo esto debemos volver a repetir que la verdadera adoración es "en
espíritu". Nuestros movimientos corporales no pueden añadir nada a la
adoración. Aunque siempre tendremos que tener cuidado para que nuestra actitud
al adorar sea compatible con la seriedad y reverencia que nuestro Dios merece
(Hebreos 12:28-29). Porque no sería digno de él que adoptáramos bailes
sensuales al estilo del mundo para adorar a nuestro Dios. Y de la misma manera,
tampoco sería apropiado un grado de seriedad extremo, que pareciera que el
adorador se encuentra asistiendo a un funeral. En cualquier caso, insistimos en
que Dios escudriña nuestros corazones antes de escuchar lo que nuestros labios
dicen (Isaías 29:13). Y también sabemos que es posible doblar la rodilla
físicamente sin doblegar nuestro corazón y voluntad ante sus mandamientos.
Ninguno estamos libres de poner el énfasis en los aspectos externos de la
adoración, y en este sentido debemos recordar las frecuentes advertencias del
Señor Jesucristo sobre los peligros de una religión externa. Por esta misma
razón, no debemos hacer depender nuestra adoración de nada externo. Y quizá en
este punto podamos preguntarnos, por ejemplo, qué ocurriría en muchas iglesias
si eliminasen la música de los cultos de adoración.
En cuarto lugar, la adoración
verdadera es la respuesta de nuestro espíritu al Espíritu de Dios. Esto
significa que es el Espíritu Santo el que nos permite y nos insta a adorar. Veamos
cómo lo expresaba Pablo:
"Porque
por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al
Padre." (Efesios
2:18)
"Pues no
habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino
que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba
Padre!" (Romanos
8:15)
"Y de
igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de
pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por
nosotros con gemidos indecibles." (Romanos 8:26)
En realidad, necesitamos que el
Espíritu Santo venza la resistencia que hay en cada uno de nosotros para adorar
a Dios. Porque todos sabemos que la naturaleza humana es egocéntrica, mientras
que la adoración está centrada en Dios. Es por eso que necesitamos que el
Espíritu Santo nos pueda elevar de nosotros mismos, pueda cambiarnos y enfocar
nuestra devoción en Dios.
"Los verdaderos adoradores adorarán al Padre
en verdad"
Por otro lado, debemos adorar al
Padre "en verdad". Esto nos recuerda que Dios es racional y que la
verdadera adoración debe involucrar nuestra mente.
Esto implica en primer lugar que si
no pensamos lo que hacemos cuando adoramos, Dios no recibe nuestra adoración.
Cantar bellos himnos, orar de forma mecánica y repetitiva sin pensar en lo que
decimos, esto no le agrada a Dios. Como Jesús dijo, esto no es más que
"vanas repeticiones" y "palabrería" (Mateo 6:7). ¿Qué
sentido puede tener incluso que expresemos hermosos términos bíblicos en frases
gastadas de las que hemos olvidado su verdadero significado?
En la verdadera adoración debe estar
involucrada nuestra mente. Sin lugar a dudas, estos conceptos son extraños en
gran parte del cristianismo moderno, donde lo que importa en la adoración son
los sentimientos y el estado de ánimo. Pero el Señor repitió varias veces que
nuestro amor por él debe incluir también nuestra mente:
"Jesús le
dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con
toda tu mente." (Mateo 22:37)
Debemos cuidarnos de cualquier forma
de adoración emocional que no utiliza cabalmente el intelecto. Es cierto que en
ocasiones parece que una adoración así está en un nivel superior, pero eso es
falso. Nuestra mente debe tomar parte activa en nuestra adoración. Es necesario
que prestemos atención y entendamos lo que cantamos y oramos.
"¿Qué,
pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento; cantaré
con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento. Porque si bendices
sólo con el espíritu, el que ocupa lugar de simple oyente, ¿cómo dirá el Amén a
tu acción de gracias? pues no sabe lo que has dicho..." (1 Corintios 14:15-16)
Dios insiste en que nuestros cultos de
adoración tienen que ser comprensibles para todos. Por esta razón el apóstol
Pablo escribiendo a los Corintios dedicó un capítulo entero para poner orden en
el culto público (1 Corintios 14), y su finalidad era que las personas pudieran
entender lo que se decía. Con esta finalidad impidió que todos hablaran a la
vez (1 Corintios 14:31), también prohibió hablar en lenguas en la iglesia si no
había intérprete, porque de otra manera las personas no entenderían lo que se
decía (1 Corintios 14:28). El jaleo, el griterío incomprensible, el bullicio no
tiene nada que ver con la verdadera adoración, más bien, puede dar la justa
impresión de que estamos locos (1 Corintios 14:23).
Tampoco podemos convertir la
adoración en una repetición ciega de frases como si se tratara de un mantra que
los budistas repiten una y otra vez sin pensar en lo que dicen, o como el
rosario que los católicos rezan a toda velocidad sin reflexionar sobre lo que
dicen, únicamente concentrados en llevar bien sus cuentas.
En segundo lugar, no existe tal cosa
como una adoración verdadera basada en la ignorancia. Jesús mismo tuvo que decir
a la mujer samaritana que "vosotros adoráis lo que no sabéis", lo que
descalificaba su adoración. Y de la misma manera, el apóstol Pablo predicó el
evangelio a los atenienses para que dejaran de adorar "al Dios no
conocido" (Hechos 17:23). Es imposible adorar a un Dios a quien no se
conoce.
Por esta razón, Dios se ha revelado
para que sus criaturas le conozcan y puedan adorarlo tal como él es. Porque si
ignoramos su Palabra, lo más probable es que estemos adorando a un dios que es
producto de nuestra propia imaginación y además lo estaremos haciendo de una
forma que le desagrada. Así pues, la verdadera adoración debe estar arraiga en
su Palabra revelada. Debemos conocer a Dios antes de poder adorarle
correctamente.
La lectura y exposición de las
Escrituras deben ocupar un lugar muy importante en nuestros cultos de
adoración. De esta manera conoceremos a Dios y podremos adorarle correctamente.
Además, el considerar en la Biblia cómo los santos de la antigüedad adoraban a
Dios, también servirá para enriquecer nuestra propia adoración. Dios no puede
ser adorado por un pueblo que no conoce su Palabra. En este sentido, podemos
considerar el terrible daño que la Iglesia Católica hizo por siglos cuando
prohibió al pueblo llano tener y leer la Biblia en su propia lengua. Pero el
mismo daño nos hacemos a nosotros mismos, si teniendo ahora la libertad de
disponer de la Palabra, no la leemos ni la estudiamos.
En tercer lugar, los verdaderos
adoradores se ajustan a lo enseñado por Dios en toda su Palabra. Este era el
gran problema de los samaritanos, que sólo admitían los cinco primeros libros
de la Biblia, rechazando el resto. Pero como el Señor mismo enseñó, tan grave
era quitar de la Palabra como añadir, y esto era lo que hacían por su parte los
judíos. Ellos habían añadido sus propias tradiciones, al punto de que no
dejaban ver la Palabra, y por esta razón Jesús les dijo que "en vano me
honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres" (Mateo 15:9).
Nada importaba que su adoración estuviera dirigida al Dios verdadero si no
tenían en cuenta lo que él había dicho.
La historia bíblica nos ha dejado
abundantes testimonios del hecho de que cuando el hombre no basa su adoración
en la Palabra, fácilmente su adoración se vuelve supersticiosa, absurda y en
muchos casos cruel.
Por lo tanto, la verdadera adoración
debe consistir en la respuesta espontánea del hombre a algún concepto, a alguna
percepción de carácter de Dios que aprendemos por su Palabra y que enciende
nuestro corazón.
Y esto debe ser así también cuando
nuestra alabanza la expresamos a través de la música. El apóstol Pablo exhortó
sobre esto a los colosenses:
"La
palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos
unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al
Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales." (Colosenses 3:16)
Notemos que para poder enseñar,
exhortar o cantar al Señor, primeramente debemos estar llenos de la Palabra de
Dios.
No obstante, el conocimiento de la
Palabra, no garantiza por sí mismo que vaya a haber una verdadera adoración.
Siempre es posible tener muchísimo conocimiento acerca de la Biblia y nunca
arrodillarse ante Dios en adoración. Pero tampoco el extremo opuesto es mejor,
es decir, el de aquellos que tienen mucho "celo de Dios, pero no conforme
a ciencia" (Romanos 10:2). Debemos cuidarnos de no caer en ninguno de los
dos extremos.
Preguntas:
1. ¿Cómo definiría la adoración?
¿Cuáles son las características de la verdadera adoración? Explíquelas
brevemente.
2. Busque tres ejemplos en el Antiguo
Testamento de oraciones en las que su tema central sea la adoración. Analícelas
brevemente resaltando las razones por las que Dios era adorado. Busque también
algunos ejemplos en los Evangelios en los que el Señor Jesús fue adorado.
Explique las razones por las que lo hicieron.
3. En la lección se ha subrayado la
importancia que el tema de la adoración ha tenido a lo largo de toda la
historia de la revelación bíblica. Haga un resumen de esto, buscando las citas
bíblicas apropiadas, analizando su desarrollo e importancia desde Génesis hasta
Apocalipsis.
4. Explique brevemente qué quiere
decir que la adoración que agrada a Dios debe ser "en espíritu y
verdad".
5. Dé algunas de las razones por las
que usted adora a Dios.
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